El control de esfÃnteres es uno de los indicadores de una importante etapa del desarrollointegral, integrado y a su vez, integrador de un niño pequeño.
Implica la captación, el registro y la discriminación-identificación sensitiva de la tensión eincomodidad progresiva que van inundando partes precisas de su cuerpo.
Simultáneamente requiere la asunción personal de la responsabilidad, por su propiaelección, de no dejarse ir a la evacuación-satisfacción inmediata de sus necesidadesbiológicas. Elige, por tanto, hacerse cargo de sà mismo para integrarse al orden socialy simbólico de la cultura de los adultos. La motivación fundamental de esta decisiónconsciente es el deseo de ser y “hacer” como “los grandes”.
Pero esto es posible porque él quiere, puede –por su maduración neurológica y sudesarrollo emocional, cognitivo y social- y sabe contraer la musculatura precisa, de partesno visibles de su cuerpo, en un instante preciso, con la fuerza adecuada, durante el tiemponecesario, para retener y evitar la pérdida de productos de su propio cuerpo -en este caso laorina o las heces- para relajar luego la misma musculatura y dejarlas partir después, en otrotiempo, allá, en un lugar socialmente aceptado. Esta coordinación compleja, voluntaria, esta“sinergia” de qué tensar y qué relajar, dónde y cuándo, no es de ninguna manera automáticani refleja, ni totalmente sólo voluntaria.
El niño tiene la capacidad también de decidir que, a pesar de estar ocupado en otraactividad, tal vez en pleno momento apasionante de su juego aquà y ahora, puede y quiereresignar el placer inmediato, desplazar el centro de interés y focalizar la atención en otroproceso, para organizar la secuencia de acciones que le permitirán arribar sin mayoresproblemas al destino anticipado: el “lugar” preciso en el tiempo preciso.
Esta secuencia de acciones no es posible sin un gran dominio de su propio cuerpo,(suficiente integración de su esquema corporal, de la imagen mental, consciente einconsciente de su cuerpo) a todo lo largo de las situaciones de cambio. Deberá tal vezseleccionar, preparar y concretar diversos cambios posturales: ponerse de pie, tensando yaflojando ciertas partes del cuerpo en una dinámica equilibrada, sin relajar al mismo tiempolos músculos de las partes ocultas que deben retener un lapso todavÃa sus contenidos.
Además requiere del dominio de las dinámicas motrices: selección del tipo dedesplazamiento, secuencia, impulso e inhibición, velocidad y ritmo. Sumadas a lasdisposiciones cognitivas: orientación témporo-espacial para anticipar hacia dónde debe ir,dirección, distancia y obstáculos posibles, (puertas, escalones, objetos).
Por otra parte requiere sentirse suficientemente seguro emocionalmente para no tenermiedo de alejarse del lugar donde está, de perder “cosas de su cuerpo” -que son endefinitiva “partes de sà mismo”-. Y, sobre todo, no temer al “fracaso humillante” de nollegar a tiempo, que opera muchas veces como profecÃa auto-cumplida. Mayor ansiedad por
no lograrlo, aumenta el riesgo de no lograrlo.
En sÃntesis, significa que, como sujeto competente ha podido previamente integrar lasreglas sociales de este orden simbólico de ésta, su cultura, que determina, entre otrascosas, que “eso” no se hace “aquà y ahora”, sino “luego y allá”. Entonces identificándosecon “los mayores”, niños o adultos, ya puede, se siente capaz y decide adoptar sus normasde conducta, al menos ésta, de manera asidua y prácticamente para siempre.
Teniendo en cuenta todo lo que se va conociendo acerca de los ritmos de maduración -absolutamente individuales- en cada niño, de la multicausalidad y complejidad de losprocesos de desarrollo, se valora cada vez más la función que tiene la confianza en laspropias capacidades y competencias para que cada uno vaya adquiriendo -a su tiempoy a su nivel- las conductas “socialmente calificadas. Al mismo tiempo se reconoce lanecesidad de respeto de las iniciativas, de la autonomÃa y de la calidad afectiva que sostienela evolución infantil. Por eso es evidente que el control de esfÃnteres en un niño no sólono requiere un entrenamiento, aun menos un condicionamiento, ni una enseñanza especialplagada de recompensas y puniciones, sino que en realidad implica para el niño el acceso aun estatus particular del proceso de “humanización”, de socialización y de inclusión en estacultura particular. Constituye entonces una etapa de la ontogénesis y de la psicogénesis.
Por el contrario la experiencia y la literatura especializada reconocen la cantidad dedisfunciones ulteriores en diversas áreas, como consecuencia del sufrimiento provocado alniño por la impaciencia o el desconocimiento de los adultos y por los métodos coercitivos,más o menos forzados o violentos para “educar” el control esfinteriano. Educación y/o coacción que compromete zonas muy Ãntimas del propio cuerpo, que están ligadas ala genitalidad, al desarrollo de la conciencia de “género” y por supuesto también a lasexualidad. Situaciones cotidianas vividas en una trama relacional cargada emocionalmentecon un otro u otros que reconoce/n y respeta/n el cuerpo Ãntimo del niño, su nivel dedesarrollo y de integración yoica, sus decisiones acerca de sà mismo. U otros, familiares,cuidadores o maestros, que se apropian del cuerpo del niño incitándolo, seduciéndolocon premios o atemorizándolo con castigos, a veces sutiles pero no menos eficaces, paragenerar su dosis de desolación, desamparo, desorientación. Otro/s que lo impulsan arealizar aquellas conductas para las cuales, tal vez, no se sienta suficientemente seguro,llenándolas de atributos y juicios de lo bueno y lo malo, de lo feo, sucio y asqueroso, dehacerlo para gratificar al adulto, para ser valorado por él, con el temor y la ansiedad de noser aceptado si no cumple con las expectativas, de sentirse descalificado y avergonzadoante otros, culpabilizado por no haber alcanzado todavÃa las complejas condicionesfisiológicas y psicológicas para “controlar sus esfÃnteres”. Como si realmente él pudiera serel responsable de su propio ritmo de maduración.
Un ambiente afectivo cálido y la confianza en las potencialidades del niño le permiten aéste desarrollar por sà mismo un sentimiento de eficacia y de autoestima que lo alientanno sólo en la exploración de sus propias caracterÃsticas, de su funcionamiento y de lasde su entorno, si no que lo vuelven capaz por vÃa de la imitación, de la asimilación y dela identificación con los pares y los adultos significativos, de apropiarse de las reglasde la sociedad, de su sistema de valores, de sus normas, asà como de los lÃmites y de las
prohibiciones que conforman el orden simbólico organizador de una comunidad.
Los niños, en un ambiente acogedor e interesante, están atentos a los demás y se regocijande poder imitarlos.No precisa entonces un entrenamiento de su control de esfÃnteres, sino un acompañamientoen el camino de la adquisición de nuevas competencias, como ésta, cuando se sientaÃntimamente preparado para decidirse a renunciar a la comodidad del pañal y de lasatisfacción inmediata de las necesidades, manifestando interés y deseos de aceptar yejercer un comportamiento indudablemente mucho más difÃcil, identificándose con elmundo de los mayores.
Es importante tener en cuenta que la lógica del pensamiento y las emociones de un niño sondiferentes de la de un adulto. Pero además ¿qué sentirÃa un adulto que, de pronto, ve saliry que se le desprenden y caen algunas cosas impensadas de su cuerpo? Objetos de los quetiene diferente nivel de percepción, de conciencia, porque antes quedaban retenidos en elpañal y ni siquiera podÃa asociar las sensaciones corporales a los productos que no puederetener. Para ello es preciso un nivel importante de organización del esquema corporal y deaceptación de sus propios cambios, de seguridad en sà mismo y en el otro y en el ambientey la consecuente disminución del temor a la pérdida. Es difÃcil “dejar salir cosas de sÔ,depositar partes de sà en un lugar desconocido y amenazante.
Numerosas investigaciones confirman que el verdadero control voluntario de esfÃnteresno es el resultado simplemente de la maduración neuromuscular -requisito indispensable-ni del aprendizaje condicionado de un hábito. Es necesario que un niño haya logrado laconsolidación de una especial conciencia de sÃ, que le permita identificar sensacionesdifusas ¿en cuánto semejantes o en cuánto diversas en intensidad, en localización enlugares diferentes, internos, no visibles, no accesibles, de un cuerpo propio cambiante ytan desconocido? Requiere que pueda prestar suficiente atención, desplazarla del juego o laacción que lo tenÃa ocupado, para desviarla y concentrarla en esas sensaciones irrefrenablesque abren o cierran distintos orificios del propio cuerpo, que por los avatares cotidianos ylos “valores culturales” están ligados al displacer de la tensión, al placer del alivio y a vecesal dolor que lo atemoriza, a lo permitido y a lo rechazado, a lo “sucio” que lo avergüenza, ala mirada o la palabra adulta que lo enjuicia y hasta lo humilla.
Esto va sucediendo, y no casualmente, en una etapa de su desarrollo en la que coincidenotros comportamientos que dan cuenta del proceso de estructuración e integración de supersonalidad, que requiere cierto nivel de maduración tanto fisiológica como emocional ycognitiva, Los indicadores de este nivel de integración psÃquica son, a) referirse a sà mismoen primera persona, -aparece y es cada vez más frecuente el YO, el uso de los verbos enprimera persona-, el reconocimiento de que cuando otra persona dice “YO”, no se refierea él, sino al otro como sà mismo. b) el logro del cierre de los grafismos circulares, queanticipa el esbozo de las primeras representaciones de la figura humana, entre otros y c)la maduración neurológica que permite el dominio de ciertas coordinaciones motricesalternadas y simétricas, como subir una serie de escalones, por ejemplo.
Los niños y las niñas necesitan seguramente sentirse acompañados con empatÃa ycomprensión en sus esfuerzos -a veces logrados y otros no- sostenidamente, durante
bastante tiempo. Tiempo que les es propio, normalmente a lo largo de, por lo menos, unaño, lapso que les permite ir adquiriendo, paso a paso, nuevos conocimientos de ellosmismos, de ensayar muchas veces cómo controlarse a sà mismo y asumir la responsabilidadde contenerse aquà y ahora, discriminando, y recordando, simultáneamente, la existencia deotros espacios y de otros tiempos pertinentes para dejar sus excreciones, más tarde, allá enel otro lugar apropiado.
El control estable de los esfÃnteres es entonces, una función del Yo, asà debe sercomprendida y atendida. La posibilidad de establecer una autorregulación a su propioritmo, sin la coerción del adulto, preserva a los niños y niñas de trastornos considerables acorto o largo plazo, focalizados o desplazados en distintas áreas de la personalidad.
Buenos Aires 2006