La improvisación como experiencia de desafiliación

Patricia Mercado

Proximidad y campo de experiencia
 

I.

Extraviada humedad

en la arcilla seca de las palabras que ya masticamos.

El cuerpo es ese desierto donde amanecer.

II.
Toda experiencia es una aproximación. Aproximación compleja entre el deseo, los mandatos, la historia, la necesidad, los miedos, los sueños. Toda experiencia inaugura una distancia que funda, un presente y una alteridad posible. Toda experiencia nos constituye en relación con otro, con lo otro. Por eso la proximidad más que definirse por la distancia  entre el otro, lo otro y yo, se establece por contacto. Por la irradiación, por la afectación mutua que pasa a ser constitutiva de nuestro nuevo y provisorio estado, cualidad de la espacialidad antes que cantidad.

Construcción de un espacio y un tiempo donde se despliega el acontecimiento, donde acaece la existencia incesantemente.
Frente a las preguntas sobre el presente, su caracterización y su pronóstico, uno puede intentar una pregunta anterior. Volver, reflexionar sobre la pregunta y aproximarse al estado, a la configuración imaginaria, emocional, material desde donde la pregunta emerge.

¿Inmersos en qué presente nos urge la pregunta sobre el presente? Una de la líneas de producción de esta urgencia, en el campo de la salud y de la cultura en general, tiene que ver con el padecimiento, con la contemplación del dolor. Padecer como un modo de existir profundamente conmocionante de toda construcción de sentido. El padecimiento parece desafiarnos a encontrar un plus de sentido que desmienta las certezas vigentes y active redes libidinales más allá del umbral de supervivencia.
 
III.

Explorar la producción de subjetividad en una trama social es en primera instancia la elección de suspender el juicio para iniciar el juego de pensar. El juicio es el ritual donde se busca una verdad que dé cuenta de hechos que han desbordado su cauce. El cauce de lo previsto, de lo provisto de significaciones nítidas, bien delineadas. El juicio constituye al juez, máscara del saber, del discernimiento entre la verdad y lo otro, que fuere lo que fuere, debe ser extirpado por la sentencia. El juicio constituye un borde. Adentro-nosotros, afuera-nada. Naturalizamos el mundo y entonces como el rabino en el Golem de Borges podemos decir: “Este es mi pie, éste es el tuyo, ésta la soga”, sin dudar, sin temblar, sin alegría.

Cuando elegimos instalarnos en alguna butaca del juicio a mirar la vida, es cuando la condición humana nos parece clara: empresario, desocupado, heterosexual, etc.

Y entonces la revelación se transforma en informe exhaustivo. Narrar  para decir al final lo que sabíamos en el encabezado.

En el marco de estas certezas suele aludirse a la exclusión social como uno de los males de la época. Las mayorías están quedándose afuera, dicen las estadísticas. Algunos pragmáticos adjuntan un recetario de estrategias para intentar entrar nuevamente a casa y suele ser parte del menú aludir a los grupos, como si lo más práctico fuera no olvidarse del otro. A la hora de dudar, sólo tengo mis propias sensaciones. Cada quien es único y universal a la vez, ¿alguna práctica social romperá alguna vez ese límite? Entonces, ¿de qué globalidad hablamos? ¿Toda inclusión por pasada fue mejor? ¿Qué, de aquellas inclusiones, construyó el padecimiento actual?

También podemos elegir suspender el juicio, de entender tan rápido, de extender versiones consensuadas tan disciplinadamente diversas, y abrir el juego del desconcierto, del no entendimiento, y fabricar canchas, reglas y jugadores, para jugar en serio, con toda la tradición en la espalda y el desafío de fabricar un presente a la medida de nuestro deseo.

IV.

El cuerpo es una narración que se escribe a si misma .El cuerpo se dice, y al decirse
va siendo. Su alfabeto es un entramado de historia, biología y azar. Es la fuerza de la tradición hecha tejido, órgano, hueso. Dinamismo de la memoria. Praxis que deviene objetos. Derrotero, marca tangible para la búsqueda, el hallazgo, el desencuentro.

La cultura va siendo corporeidad. Esta encarnadura es más que vestigio, que testimonio de un pasado. Es el presente facturado por múltiples tiempos. Es el encuentro, la intersección de vastos espacios de experiencia. Cuerpo vigoroso y deforme de la experiencia humana, martillado por los sueños y los miedos. Cuerpo de la catástrofe y los salvatajes milagrosos, cuerpo del derrumbe, cuerpo sobreviviente, cuerpo hacedor de sí.
El sujeto hace masa. El adagio freudiano retorna  para interrogar las prácticas, los dispositivos, el sustrato teórico de las experiencias.
Retorna para nombrar una vez más, esa sustancial discontinuidad sujeto-sociedad.
Discontinuidad que se proyecta, se refleja, se anuncia, en una constelación de conceptos y prácticas: yo, red, individuo, resonancia, comunidad y también, percepción, cambio, cuerpo y tantos otros.
Trabajando en grupo, trabajando con grupos, esta imposible relación sociedad sujeto, al decir de Bauleo,  se me impone como un enigma de cuerpo presente.

Un enigma que reencarna en otro. Crear y repetir, como anverso y reverso de una misma potencia.
El cuerpo humano, como territorio diferenciado del organismo biológico que es su sustrato, es ámbito de lo social, no sólo donde el histórico social se plasma, sino sobre todo donde encuentra energía, derrotero, forma, para reproducirse y para crear.
 
Desde esta enorme usina que es el cuerpo humano, como parte de la naturaleza misma, la sociedad se expande y se contrae en objetos, símbolos, prácticas. De la arquitectura a las instituciones, de la noción de Dios a la cirugía plástica, del juguete a pilas al beso en la boca; el cuerpo humano, el societario cuerpo humano de cada uno de nosotros, se manifiesta como poderoso fecundador fecundado.
Entonces, ¿cómo interrogar al cuerpo en esta potencia? ¿Cómo explorar los ensamblajes con que da forma al estereotipo, al insigth, al síntoma, al aprendizaje? ¿Cómo demarcar en la cartografía corporal una zona de producción de estas intensidades del repetir y del crear, de la conservación y del cambio, frente a la vastedad, a la infinitud del cuerpo?.

Creo que este borde es la percepción.
El campo perceptual es una producción compartida que encarna esta discontinuidad yo-nosotros e instala una zona de juego donde fundar el mundo cada vez.
La percepción es diálogo de lo personal y lo social. Es la experiencia de dar nombre, de construir límites, de gestar la casa que habitamos.
En la percepción un mundo posible va al cuerpo, hace cuerpo, en tanto organismo modelado por el imaginario social, por el deseo y su derrotero histórico. En este sentido la percepción es diálogo con otro y es construcción de la subjetividad, es campo de la repetición, de la reproducción, de las estructuras del poder en el sujeto; lazo, nudo donde el ser es sujeción en el social.
La percepción pone en escena un modo de estar en el mundo, encuentra enlaces con la cosmovisión de su época, es la red en el sentido de que reviste un aspecto colectivo, aún en su intensa singularidad.
La percepción es eco de la historia, es la inscripción en el cuerpo del acaecer del mundo. El imaginario social modela la percepción en un abanico que transita  lo posible  de ser registrado.
La percepción cosmoniza porque marca el tiempo, estableciendo ritmos, invariancias, secuenciando la experiencia, construyendo territorio en la espacialidad, la piel con que vestimos el mundo.
La percepción es el sostén del mito personal, grupal, social. Es la narración que da cuenta de la existencia, que organiza la angustia de la incompletud, internando al sujeto en su cuerpo y en el mundo.
El adentro de la percepción es esta doble faz, que se materializa, que se plasma en una información. Por eso percibir es un acto expresivo donde la tensión creación-repetición pone en juego las pertenencias, de qué totalidad somos partes y cómo, de cuál estamos excluidos.
Este entorno de lo social es tatuaje en el cuerpo, lo marca, revela su dimensión mítica, lo inscribe en ella.
La percepción sumerge al sujeto en una raíz milenaria y este retorno es también su fuerza innovadora, creando la posibilidad de nombrar el mundo otra vez. Es desorden, desestructuración, pero sobre todo apertura, nueva información, recursos para la transformación.

Indeterminación entre repetir y dar nombre a lo inédito.
La percepción es la posibilidad de deconstruir una identidad abroquelada, de deconstruir al sujeto como unicidad y abrirlo a lo múltiple. Establece demoras, puntos de condensación donde resignificar la versión de sí, la versión del mundo.
Puede ser el pasaje al misterio, al absurdo, el pasaje por lo siniestro.
La percepción cosmoniza en un sentido divergente al de la historia y construye grietas en su sólido cuerpo fecundando lo inédito en esas rajaduras.
Presta su hacer a la novedad del sujeto que siempre es otro como el río.
La percepción sostiene el cuerpo de la historia, lo nombra cada vez, y al nombrarlo va dejando instantes azarosos, nuevos, instantes feroces como espadas, para despedazar una certeza milenaria y otra cada vez. Fundación silenciosa, provisoria del existir.
 
La cultura, siempre constructora de unidades provisorias, es la amalgama entre un sujeto y otro, en el seno de lo grupos, de las comunidades. La existencia pareciera el desafío de la discontinuidad, entre un ser y otro, entre un tiempo y otro, entre un espacio y otro, entre un deseo y otro. Discontinuidad difícil de cuantificar pero que en la vivencia cotidiana, a veces, asemeja abismos.
La cultura es la paciencia, la ira, la soledad, el amor con que el hombre gesticula esa distancia, HACE, intenta aproximar.
Ser es estar separado con la irremediable añoranza de unidad, que siempre está un poco más allá, que siempre es otra cosa. Este intento incesante del hombre es la cultura.
Una construcción, muchísimas construcciones, simbólicas y materiales, en pos del continuum.
Provisoriamente los sujetos, las comunidades, cosmonizan su mundo, le dan unidad. Al acecho, siempre el desequilibrio, el desorden, el azar, la impureza, la finitud, el padecimiento. La cultura es el gesto humano de HABITAR, la duración de la propia vida, el pedazo de universo transitado. El cuerpo de este gesto enorme son las prácticas sociales de cada comunidad. Gestualidad que habita el cuerpo individual, lo modela, lo afilia a otro cuerpo, a otros cuerpos, sin este enraizamiento de un cuerpo en otro y en otro y en otro, ningún sujeto podría constituirse en tal. Ser es sostener SE. La vastedad de la producción humana a veces nos estimula a fantasear con lo inagotable de su diversidad. Variedad de flujos, espíritu de lo gregario. Ser en otros.
 
V.
El consumo ha significado fuertemente al sujeto de este tiempo. No es sólo el trabajo lo que ha otorgado una matriz de subjetivación sino el acceso, que la venta del trabajo permite, al consumo de bienes que dan ser. Pertenecer es tener los abalorios de tal o cual grupo, y esto es vivido “per se” como un privilegio. El hombre contemporáneo parece emerger de la suma de objetos consumidos. Somos lo que comemos, somos lo que leemos, somos ropaje. Ser y tener, un continuo en la percepción del hombre de este tiempo.
Estamos afiliados a esa enorme matriz, a esa red sutil, poderosa, el continuum social que nos recibe al nacer, y después también.
El continuo social sobre todo se reproduce a sí mismo, pero también se desmiente. La desmentida es vacuidad del ser, desafiliación. No hay reproducción sin desmentida. Desmentida que alberga novedad, sin razón, al idiota de la familia. Esa poderosa fuerza con que el hombre SE SEPARA ESTANDO, un acto subversivo que va más allá de sacar  los pies del plato para crear el espacio más allá del plato, desterritorializar, desafiliar.

El hombre desposeído de identidad, la identidad del linaje. Acto que inaugura la deriva, un fluir hacia sí, hacia otro, menos previsible, imposible de sumar a lo anterior y sin embargo, humano sin ley ni función. A salvo de cualquier sentencia, peligrosamente expuesto a sus propias nutrientes en exclusividad. Este corrimiento, esta ruptura, queda en suspenso, ¿de cara a la muerte?
No es lo mismo dejarse fragmentar por el histórico social, sus disputas de poder (cómo “se pone la mesa”), que fragmentar la certeza de quién es uno e intentar alguna otra cosa.

Desafiliarse del destino, desmentir el mejor pronóstico y largarse a llover en cuerpo y alma, un acto de fe radical diferente de la impostura intelectual de la incertidumbre. Un hacer ser y no la reivindicación de la muerte. Este gesto es una larga construcción que se aprende, se intuye, se practica, se comparte. Invoca al azar pero no es fruto sólo de él.
Cuando los juegos de poder ponen la mesa, ESA NO OTRA, muchos sólo mirarán comer. Erótica donde el hambre de los mirones es parte del banquete. Los muchos que padecen incluidos en la feroz voracidad de pocos. En la exclusión no hay desafiliación en tanto que esta es desborde de la ley que marca los límites del mundo.
La ruptura en la certeza de ciertas pertenencias es fisura por donde deconstruir modelos hegemónicos. En este sentido la desafiliación conlleva implicación, la posibilidad de elegir. O por lo  menos, habría un aspecto menos mecanicista, menos exterior al sujeto en la desafiliación, antes que simplemente plantearla como la pérdida de un lugar social que ocupó a partir del cambio en los patrones de producción, consumo y distribución de la riqueza. No se trata de negar que esto suceda, ni tampoco de minimizar el enorme daño que deja en el cuerpo social.
Es más bien, no cerrar la perspectiva  en este nivel y pretender que sólo nos queda por delante resolver cómo volver a incluirnos. De lo que se trata es de intentar penetrar de algún modo la cocina de las nuevas territorializaciones. Toda inscripción, todo análisis es ya territorio. Por momentos, circula cierto apresurado consenso en dar por “globalizado indefectiblememte todo”. Y en realidad, todo o algunas cosas están por verse.
Si los grupos siguen siendo en alguna medida espacios dialógicos entre el sujeto y lo social, las estrategias del poder apelan a la fragmentación de estos espacios de metabolización y producción creadora, en dirección a aumentar el control social, el disciplinamiento, en un momento de intensa transformación. Existen en el presente enormes dificultades para que los grupos permanezcan en el tiempo, sosteniendo un objetivo de transformación. Cierto sentimiento de que todo cambio es imposible porque la libertad es imposible. Una vivencia de sujeción extrema a las condiciones sociales. Recuperar en los grupos la posibilidad de disentir y transformar parece el desafío. Este aspecto de resistencia tiene que ver con elegir un hacer que ante todo es HACER-NOS y DES-HACERNOS. En ese sentido es una práctica reflexiva. Una práctica que flexiona sobre lo previo y apela a explorar.

Hacia el advenimiento de una estética.

El trabajo en improvisación propone a los grupos, desde esta perspectiva, experimentar.
La experimentación es una forma de investigación.
Enfatiza el compromiso  de parirse a sí mismo. Todo nacimiento es un desborde del canal de parto. Nacer es algo más que el pasaje de un estado a otro ahí donde la naturaleza afirma una abertura en el espacio y el tiempo. Todo nacimiento es plus de novedad, línea de fuga del cuerpo de la madre.  Todo nacimiento es un misterio, la abrupta irrupción de lo inexplicable. Las instituciones son tramos tangibles de una presencia intangible. La existencia parece desplegarse en un inconmensurable vacío. Todo intento de nombrar es la ilusión de transformar en presencia, frente al ojo de la conciencia, el incesante fluir de intensidades, vagas y poderosas a la vez. Fuerza inasible que nos atraviesa, constituyéndonos. La existencia se nombra en nosotros y su misterio permanece intacto en esa extrema proximidad. Intimidad desconcertante, máximo punto de lejanía. Un ir hacia donde se está siendo. Un espaciamiento en el tiempo. En estos tramos de vacío los códigos aparecen plenos de presencia, plenos de afimación, espacios de gesta, borde de la existencia, costuras del vacío donde existir. Sutura creando el límite de la forma. Marca, huella del deseo, territorialidad de la experiencia. Acontecer ahí. El acontecimiento es deformidad. Horror de la marca primigenia. Incesantes desmontajes de la forma en un pulsar hacia lo innombrable.  
El acontecimiento aparece como un decir balbuceante en el silencio. Como  puesta en suspenso de toda afirmación. El acontecimiento es irrupción de la forma en la forma, labilidad de los bordes, nueva configuración, puesta en cuestión de los binarismos yo – no yo, realidad – fantasía, pasado – presente. El acontecimiento es extravío.

VI.

El trabajo desde la improvisación intenta acompañar al sujeto en esta exploración. Pone marcas en un recorrido, es un reconocimiento de sí que territorializa una diversión, una divergencia, un desvío a la historia.
Muchas veces se plasma en un impasse que busca demorar la percepción de lo informe, acentuar esta sensación, dejar que habite el cuerpo y lo moldee.
Esta demora facilita abrir la sensibilidad al caos para construir en forma gradual registros más minuciosos, variados, desconsensuados, diversos, para descubrir canales de resignificación, de recreación de la subjetividad.
Apertura al asombro de sentir algo no previsto, de sentir la imposibilidad de sentir, de sentir el miedo a sentir, de sentir la ansiedad de sentir.
En el cuerpo que percibe dialoga lo mítico y lo informe, se articulan múltiples tiempos y espacios, que dan cuenta de un mundo posible y un mundo anhelado.
La sensibilidad es la puerta al placer y al dolor de existir y la posibilidad de estar presente en el presente. Presencia de la conciencia que no siempre es presencia desde el consciente. Presencia en el sentido de habitar mucho más que en el de explicar, describir, verbalizar.
Los recursos con que la improvisación estimula la percepción transita el trabajo corporal, el uso de objetos, las escenas, y sobre todo el uso de la metáfora.
La metáfora deforma, direcciona la reflexión, imprime contexto a la percepción y transforma, tensiona, problematiza sus contenidos.
La percepción cosmoniza y la improvisación deforma, apela a la experiencia, a la experimentación como extrañamiento, como conjuro.

La improvisación busca convocar al extranjero que nos habita.
La percepción, cuando hay demora, cuando es un estar que puede ser explorado en alguna medida, desafía, pone en suspenso el mundo del sujeto.

Toda unidad se vuelve provisoria, queda suspendida y se fisura. La falta, la incompletud, el vacío impacta la identidad del sujeto, lo desmiente y en este sentido lo expulsa del linaje que lo albergó.
Este movimiento abre intensidades, devenires que potencialmente habilitan al sujeto, al grupo, a la experimentación.

La experimentación como acción deconstructora que lleva siempre implícito el soportar la desilusión de cierta completud de lo dado, la improvisación intenta potenciar esta capacidad en el sujeto como un paso en la construcción de autonomía.
 
La intensidad, la profundidad del trabajo experimental está ligado a las condiciones de posibilidad que puedan irse construyendo en cada etapa del trabajo y en cada contexto. Dentro de las condiciones una cuestión central es la elección del tema. Experimentar a partir de QUE recorte de la realidad. Posicionar un tema para el trabajo experimental es tarea central de la coordinación y de la investigación a partir de la coordinación. Este “qué” temático es una hipótesis que da cuenta del estado de la cuestión al momento presente.
Es actualizar en términos sintéticos lo producido para someterlo a una nueva transformación. El trabajo experimental propone transformar la pregunta en un acto radical. Propone un espacio de implicación profunda. Intenta favorecer la mayor diversidad  con la mayor articulación posible, y más de una vez se pierde en el intento.
El trabajo experimental requiere, para poder atravesar el mito, como cuerpo de verdad, un diseño de trabajo detallado, minucioso, lo más objetivado posible, los pasos a seguir en un tiempo y espacio dados. Una hoja de ruta que establezca un derrotero y señalice un camino, el proceso, que al momento del diseño es pronóstico desde lo imaginativo.
Esa hoja de ruta es instrumentación para el grupo y la coordinación con la que abordar la exploración de un territorio paradojal.
Esta restricción es sostén, las paredes del laberinto frente a la labilidad de la producción, una organización del tiempo y espacio donde albergar el proceso de zambullirse en el interior de un cuerpo nutritivo y fagocitante a la vez.

Esta hoja de ruta a veces, tambien, es su ausencia. Justo ahí donde no hay diseño, en los agujeros, aparece la acción.

Instersticio ,pausa sin sujeto ni objeto ni proyecto donde adviene el cuerpo.
Desde la perspectiva de este trabajo podría pensarse la desafiliación como momentos del proceso, no en el sentido temporal, sino como cualidades de la producción. La exploración como hacer-SE desafilia al sujeto de su identidad previa, pone en suspenso sus pertenencias, hacer en dirección a DESPOJAR.
El despojo implica pensar la subjetividad como un proceso donde la praxis  agrega al sujeto la experiencia de quitar una máscara (una forma, un mito, una pertenencia) para acceder a otra que subyace, y otra y otra.
Lejos de la esencia del verdadero rostro; la búsqueda es deconstruir cada vez una rostridad, al estilo del caleidoscopio. Rostridad como constelación de significados que devienen del proceso de constituirse humano y transformar el mundo. Despojar de relaciones previas para que la deriva construya relaciones inéditas de las que habremos de despojarnos. Este vacío, esta desterritorialización, es conocimiento, elección de cada sujeto, de cada grupo, y en tanto libre se constituye en condición de posibilidad de un nuevo estado. Se da una alternancia entre este vacío y la vivencia de privación que impone el histórico social en etapas recesivas. Lo complejo consiste en que no se trata de saldar lo segundo (la privación) para poder darse lo primero, sino que la historia individual y colectiva se construye en la simultaneidad de ambos.
La privación, desde esta perspectiva social, no es facilitadora de construcciones culturales que requieren elegir, y elegir con instrumentos. Posicionar el trabajo en improvisación en el sentido de despojar no es reivindicar la privación y el sufrimiento que conlleva; al contrario, es la búsqueda teórica, técnica y existencial para establecer nexos, ritmos en el flujo de una lucha por algo más ambicioso que las pertenencias del dominador.
Del propio sueño al sueño colectivo. Articular lo propio con la experiencia comunitaria del presente y del pasado, de acá y de muy lejos, y también volver a ser uno, instalar nuevos bordes. cuadrante de un tiempo circular. Casi un destino sellado. Personajes que la subjetividad transita a lo largo de su vida en busca de la diferencia, de un espacio vital que exceda los límites de ésta narración, la fratría. Máscara inquietante en la que cobra presencia lo siniestro del existir. Aquello que debe permanecer oculto, silenciado, intacto. Cuando lo siniestro entra a escena, cobra figurabilidad, se abre una intensidad nueva, el deseo recupera su carácter polimórfico, su legendario afán, vagabundea esperando el encuentro en otro, duro trabajo de la pasión. Se anuncian en el aire dolores nuevos, sabores nuevos, días incandescentes, policromía de la deriva. Jonás puede viajar por fuera del cuerpo de la ballena. Y las certezas migran. El monstruo respira los pliegues de un rostro que cuenta una historia siempre igual a sí misma. El monstruo inaugura palabras en la boca estrecha y abismal. Horror y maravilla de desear encontrar la alteridad en algún tramo de la piel del mundo donde ser más que eco. Ansia de otro, de una desmentida feroz de los espejos que inaugure el juego de inventarnos en los mutuos intersticios, en ese instante de silencio antes de una frase, en la irrupción del llanto, en la carcajada, en el brillo del vino a destiempo, en la desmesura del gesto. El juego de inventarnos en el fastidio inmenso de tener que elegir, y decidir, y renunciar. De existir solo una vez, tan fugazmente.
 
La desafiliación tiene potencia, tiene sentido si crea para sí un territorio diferente a la muerte como destino. Proximidad, contacto desde la diferencia frente al vaticinio de la aniquilación de todo lo exogámico. Pero si cada uno es todo el universo, esa malla palpitante de ser, toda diversidad es fundación. La fe es la fuerza del corazón del cartógrafo que puede romper infinitos mundos porque sabe que siempre habrá mundo que habitar.
 

Patricia Mercado.

Argentina.1962.

Licenciada en Psicología Social (Universidad CAECE)

Redactora Revista Campo Grupal.

Miembro del equipo directivo del Instituto de la Máscara.

Docente en

Universidad Madres de Plaza de Mayo. Primera Escuela de Arteterapia de Buenos Aires.

Escuela de Psicologia Social de Flores, Villa Urquiza, Liniers, Adrogué,Bahía Blanca entre otras.

Publicó ( junto a Walter Vargas) Diccionario de Equívocos. Alción. Córdoba. 2004

Numerosos artículos, reportajes y poesía e revistas especializadas.

Coordina y dirige IMPRO, espacio de investigación, formación, supervisión y entrenamiento de profesionales del área de la salud, la educación y el arte.

Tematiche

Famiglia
Filosofia
Formazione
Gioco
Pedagogia
Primissima infanzia
Psicoanalisi
Psicodramma
Psicologia
Psicologia sociale
Psicomotricità
Scuola
Studio dell'immaginario
Articoli in lingua spagnola

Autori


Copyright

La proprietà degli articoli pubblicati appartiene ai relativi autori. E' possibile utilizzare e riutilizzare i contenuti pubblicati con l'unico vincolo di citare la fonte